Teatro, arma para detonar la reflexión: López Troncoso

La dramaturga poblana encuentra en los escenarios una forma de representar los conflictos de la humanidad.

“Yo me defino como dramaturga. Desde pequeña me gusta escribir y siempre ha sido mi terapia, mi refugio y mi trabajo,” comenta Ana Lucero López Troncoso mientras muestra algunas de sus obras que han sido publicadas. Después de años de carrera, es consciente del poder del teatro como un arma, que empleada en las manos correctas puede detonar la reflexión de quien es espectador.

 

¿Cómo fue tu inicio en el teatro?

—Soy de esas románticas que creen que el teatro puede cambiar al mundo. Desde que empecé a dedicarme a esto, con el maestro Manuel Reigadas y con mis compañeros, aprendí las cosas más importantes del teatro y el arte: decir nuestra verdad, ser honestos y explorarnos. Es un proceso que nunca termina, porque es una búsqueda constante de algo. Ser artista es como tener una herida siempre abierta.

 

¿Por qué es importante representar la realidad?

—Empecé a tener la inquietud de escribir, cuando me di cuenta de que el teatro es un arma muy poderosa, porque los medios y el Estado la usan para controlarnos. Al estudiar la historia del teatro, te das cuenta de que es una pequeña síntesis de los conflictos de la humanidad, y en específico de México, porque hemos vivido una historia llena de problemas en la que el teatro participó. Hay que saber usar esa arma, que no sólo sirve para entretener, sino para no quedarnos callados.

 

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¿Existen condiciones adecuadas para que la gente pueda dedicarse y vivir de hacer dramaturgia?

—Tristemente, no contamos con la industria necesaria para generar condiciones dignas de trabajo en provincia, porque las políticas culturales y la situación de Puebla lo dificultan. No hay teatros suficientes para la oferta que existe, y pese a tener una buena obra no les da de comer. Por eso, muchos desisten después de luchar por tanto tiempo. Las instituciones culturales tampoco han hecho mucho para ayudarnos y, pues, no vivimos de aplausos.

 

¿La situación ha cambiado?

—Estamos mejor que hace 10 años, en el sentido de generar públicos. Cuando empecé a hacer teatro no había ni la mitad de las propuestas que hay hoy. La calidad se ha elevado y tengo esperanzas de que las escuelas de teatro asuman su responsabilidad social, para egresar a la gente con herramientas para posicionarse y para ser autogestivos. Tengo fe en el teatro.

 

¿Qué proyectos te encuentras desarrollando?

—Ahora estoy escribiendo una obra que se llama Rakma, la cual le da continuidad a otro proyecto que se llamó Xipe: Nuestro señor el desollado, que funcionó como un laboratorio donde empecé a mezclar cosas y me gustó mucho el resultado escénico. El texto habla sobre migración, distancia y la relatividad de la cercanía, la cual se ha convertido en un aspecto muy importante para mi vida.

 

¿Qué proyectos tienes a futuro?

—Me gustaría poner una escuela de actuación, porque quiero enseñar lo que me transmitieron mis maestros. 

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