Jaulillas se queda sin estudiantes por migración

Comunidades que sufren del fenómeno de migración pierden servicios como el educativo, porque la mayoría se va

La comunidad de Jaulillas, perteneciente al municipio de Tehuitzingo, poco a poco se queda sin estudiantes; hoy en día ya no cuenta con el número suficiente de menores para que la escuela local reciba un presupuesto, le asignen maestros y mobiliario, y sus instalaciones se utilizan de bodega y sala de juntas vecinales.

El pequeño poblado se ubica a la orilla de la carretera federal Izúcar de Matamoros-Huajuapan de León (entre Puebla y Oaxaca). Es una ranchería pintoresca. En la temporada de lluvias todo luce verde y resaltan las casas multicolores y los tejados en tono rojizo.

Pese a la estampa, apenas hay actividad humana. Una mujer, Amalia García, coloca su puesto de tunas al pie del camino y ofrece su mercancía a los viajeros que durante el día circulan por este punto.

Junto a ella está su hijo, es uno de los pocos chicos que todavía se mantienen en su lugar de origen. El adolescente escucha de su madre los detalles de por qué la escuela quedó abandonada.

“Niños aquí ya no hay, la mayoría se fueron a Estados Unidos, otros a (la Ciudad de) México; se los llevan los papás,” explica mientras quita espinas a las tunas, todas recién recolectadas, que yacen dentro de tres huacales plásticos de color negro.

“Aquí en Jaulillas quedan seis niños de un total de 16 familias, pero sólo son cuatro familias jóvenes, y la situación tampoco está para que tengan cinco o seis niños (por familia); y éstos son pocos niños para tener una escuela en funcionamiento,” dice.

En Jaulillas, como en muchas otras comunidades de la región mixteca de Puebla, los niños primero emigran a una comunidad más grande que la suya, por falta de escuela. Es la primera experiencia del fenómeno migratorio, añade la señora.

Para Amalia la migración sí implica una presión a la sociedad, ya sea por motivos económicos o por “tradición social”, y más en esta zona, debido a que es una práctica común desde los años 60 y 70, que se acentuó en los 80 y 90.

A diferencia de otros que dejaron el pueblo, la familia de Amalia García permanece ahí gracias a la modesta venta de productos del campo y la posesión de animales de traspatio.

No obstante su arraigo, no logró que mantuvieran abierta la escuela. Desde afuera no se ve descuidada; es más, la decoraron recientemente con banderas mexicanas para celebrar las fiestas patrias. Pero al acercarse todo cambia. Los tres salones tienen vidrios rotos, en el interior no hay pupitres; al frente aún hay pizarrones empotrados a la pared, pero se quedaron sin escritorios y libreros. En una de las aulas hay alambre en rollo y el torso de un maniquí con el que se enseñaban clases de anatomía.

Amalia explica que es el precio de la migración, que pierden servicios como el educativo, porque la mayoría se va y no les queda más opción que llevar a los pocos menores que quedan a escuelas cercanas.

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