Desdeñan capacidades lingüísticas y culturales en niños

La escuela no reconoce estos conocimientos como válidos, y en vez de darles un espacio, entra de lleno con las matemáticas y el resto de las ciencias

“Los niños en México, no todos son iguales”, dice el profesor Rafael Bringas Marrero, quien dedicó 35 años de su vida al subsistema de educación indígena.

De ahí que afirme que las normales de su tiempo, y las de hoy, no reconocían las necesidades especiales de los niños cuyos procesos cognitivos y de socialización primaria pasaban por su lengua y su contexto.

“Antes de llegar a la escuela, ellos ya tienen conocimientos básicos de aritmética, producto de contar cuántos chivos tienen o cuántas matas de milpa hay en un surco.”

Sin embargo, agrega, la escuela no reconoce estos conocimientos como válidos, y en vez de darles un espacio, entra de lleno con las matemáticas y el resto de las ciencias formales, ignorando todo el cúmulo de experiencias que nacen de la diversidad lingüística y cultural.

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Una actitud que Rafael ubica en la corriente dominante desde el nacimiento de la Escuela Rural Mexicana, a principios del siglo pasado, cuando se apostaba más por la memoria, la repetición, las planas, el leer rápido y el aprenderse fechas, en lugar de reflexionar y analizar los contextos, situación que corrientes más contemporáneas sí contemplan.

Aun así, pese al cambio en el modelo educativo desde el gobierno federal, reconoce, no se ha discutido lo suficiente sobre este tema; al menos no con la profundidad requerida.

“La diversidad lingüística y cultural muy pocas veces es puesta de relieve en las decisiones que se toman para implementar políticas educativas,” agrega, vinculando esta exclusión a dos factores.

El primero, dice, que la cultura únicamente sobrevive mientras no se adolezca de recursos; y el segundo, que las autoridades aún tienen vestigios de ese proceso de homogeneidad del siglo pasado, cuando en aras de un proyecto nacional se cometió “un etnocidio lingüístico muy atroz”, llegando al punto en el que los maestros rurales obligaban a sus alumnos a negar su lengua y, peor aún, pensar en otras lógicas a las que no estaban acostumbrados.

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