La eterna normalidad

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Los medios de comunicación y las autoridades sanitarias se han encargado de agregar un nuevo concepto al argot popular que lleva por nombre “La nueva normalidad”. En el caso mexicano, la pandemia a causa del Covid-19, se ha salido de control debido a múltiples vicisitudes correspondientes a las características de nuestra sociedad civil que no me encargaré de enumerarlas porque sería tarea de todo un trabajo académico y no de una columna; además, corro el riesgo de convertirme en un analista político y dominar todos los campos del conocimiento humano, causándome una profunda ignorancia sobre mis alcances.

En las últimas semanas, como sucede en toda relación fracturada, se buscan culpables, y se ha traído a debate la mortalidad que los infectados mexicanos manifiestan al adquirir el virus, señalando a los alimentos y bebidas azucaradas como principales responsables del amasijo de muertos con los que carga el país.

Insistiendo en que no abordaré las causas que originan que una persona común tenga más posibilidades de morir que las de otros países, me parece importante resaltar que esta enfermedad que ha paralizado a una sociedad enferma, sólo la ha empujado a la tumba, pues su realidad ya se encargó de cavar su lugar de descanso.

Si se trata de buscar enemigos públicos, sugiero escarbar más profundo y no únicamente en las empresas disfrazadas de animales afables. Existen factores mucho más complejos para entender el fenómeno latinoamericano donde el oficio de vivir radica en la capacidad de resiliencia al devenir individual y colectivo que habitamos; es decir, si hay que encontrar culpables, sería prudente contar con más de diez dedos.

En esta eterna normalidad los "nuevos" escritores mexicanos, llámese hombre o mujer disparan como francotirador balas de altanería, patanería y egolatría, creyendo que el hecho de tener la fortuna de acceder a la cultura los convierte a posteriori en una voz única y autorizada para entender el mundo.

Si bien es cierto, me parecen mucho más confiables e inteligentes que los analistas políticos, escriben con los mismos antivalores que tanto critican. Deberían reflexionar un poco más sobre ellos mismos. Quizá el sillón en el que sopesan sobre el mundo sea un buen lugar para hacerlo. La soberbia intelectual erradica la buena literatura porque evita la difusión de las ideas y limita el espíritu crítico.

El ego encarcela la creatividad y la capacidad de discernir de los lectores entre las conductas encomiables y despreciables de la comunidad: una de las tantas tareas educativas de la literatura y las humanidades. Escribir es un oficio, no muy diferente al resto; sin embargo, si se hace desde la humildad, cuenta con la fortuna de favorecer el desarrollo cognitivo y sentimental de las personas.

El confinamiento ha agravado los trastornos depresivos en las personas, y se han organizado en línea terapias de bienestar con psicólogos —esperando que lo sean—, con el objetivo de multiplicar, desde mi perspectiva, un discurso equivocado porque, en su mayoría, refrendan la concepción del ser humano como ente individual capaz de satisfacerse a sí mismo mediante el egoísmo motivador. No creo que sea lo que necesite la sociedad. El mundo está infestado de idiotas con buena autoestima, pero como decía mi abuelo: “No pienses tanto o te volverás loco”.


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