De toros saben las vacas… y no todas

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Jaime OAXACA


Marzo 10, 2020

Aún se discute la actitud del público que asistió a la última corrida de la temporada a la Plaza México el pasado 16 de febrero, concretamente la petición de indulto de un toro que tenía peligro, que emocionó a quienes estaban en el coso a pesar de que el cornúpeta algunas veces huía a tablas.

Una semana antes se había indultado un toro. Realmente en 42 días se indultaron tres toros. De diciembre al 29 a febrero 9, choteo total. Para aderezar los hechos, la prensa pregona que son triunfos de los toreros, nadie explica que el indulto es un premio al toro.

Mucho se dijo de esa última corrida que se trataba de asistentes poco habituales, que no eran aficionados, que sólo eran espectadores, que la mayoría eran villamelones que asistieron a ver actuar a un rejoneador.

¿Qué es eso de villamelón?

Podría ser la taquería que está frente a la Plaza México que suele tener abundancia de gente el día de corridas, el hambre no respeta, invade a aficionados y espectadores. También es una expresión peyorativa para designar, no a los nuevos asistentes, se utiliza para quienes vierten públicamente una opinión consciente que no conocen del tema.

Aquellos que gritan ¡cortas! (banderillas) cuando están pareando los subalternos. ¡Mátalo recibiendo! cuando el toro no puede ni con su alma, suelen pitar a los picadores en cuanto salen al ruedo y piden música a cada rato.

Juan Pelliecer Cámara en su libro Cartas taurinas (1973) menciona: “Ahora hay espectadores en los tendidos. Antes, había aficionados. Ésta es la diferencia. El público de hoy, el espectador de hoy, va a las corridas a divertirse, y como no entiende de toros, no podría sentirse a gusto si tuviera que juzgar con conocimientos lo que pasa en el ruedo. Por ello se entretiene con lo superficial y no le gusta tomar en serio lo que no conoce; le place burlarse de un conocimiento que no tiene, que no ha podido adquirir”.

Pelliecer escribía de un novillero de aquella época, a medio siglo el texto permanece vigente. “Y no podría hacer una burla del toreo, si en el ruedo hubiera un toro. Entonces hay que suprimir al toro, hay que substituirlo, en el mejor de los casos, por una apariencia de toro, sin edad y con los pitones “arreglados”. Así, el camino está libre, para la farsa, para la payasada, y la gente se divierte, ríe, pues la burla siempre es contagiosa”.

¿Dónde aprender a ver toros? ¿Quién enseña a los asistentes a la plaza?

Leer es una opción; no obstante, es difícil encontrar textos didácticos para entender lo que sucede en el ruedo. Conferencias, tertulias, charlas, hasta clases de toreo no siempre son atractivas para el grueso de la gente, generalmente no acude a esas actividades, asisten los de siempre. Imposible aprender en las redes sociales, escriben infinidad de tonterías.

Sentarse en la plaza junto a alguien que chanele con capacidad de explicar lo que sucede en el ruedo es una excelente opción, la mejor. Pero la más común, lo que hace casi todo mundo, ponerse frente a la pantalla y recibir explicación del narrador.

El riesgo de aprender en la televisión es que no todos los del micrófono cuentan con libertad para decir lo que sucede en el ruedo, en términos generales saben lo que ocurre, los problemas son los compromisos adquiridos con toreros, ganaderos, empresarios, etc., por eso utilizan disculpas, eufemismos, expresiones para eludir la realidad, en otras ocasiones de plano sueltan mentiras.

No es fácil entender lo que sucede en el ruedo, mucho menos para quienes se inician, es más sencillo divertirse.

La modernidad desecha a los buenos aficionados, estorban, son incómodos, molestos; exigen, pelean, protestan. Las empresas, toreros, ganaderos, prefieren espectadores que paguen su boleto y no reclamen, quieren gente que no se involucren con la fiesta, que no exijan, que acepten y aplaudan todo

Convencerlos es labor de algunos cronistas. Lo están cumpliendo.

Cada vez habrá menos aficionados que amen y entiendan la tauromaquia, los conocimientos se diluyen, como dijo algún coleta: de toros saben las vacas… y no todas.

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