Los miserables: la mula no era arisca

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Noé Ixbalanqué


Febrero 13, 2020

“No hay malas hierbas ni hombres malos, sólo malos cultivadores”. Con esta sentencia de Víctor Hugo, el director malinense Ladj Ly cierra su ópera prima Los miserables (Les miserables, Francia, 2019) y con ella sintetiza la esencia de esta obra clásica de la literatura francesa que actualiza en este filme. Se trata de su primer largometraje y ya obtuvo el premio del jurado en Cannes y la nominación al Oscar como mejor película extranjera.

La adaptación libre de la obra de Víctor Hugo es actualizada para ubicarse en el barrio parisino de Montfermeilen, donde la pobreza es compartida por migrantes africanos, por musulmanes y por gitanos. Issa es un niño afro de ese barrio que comete pequeñas fechorías, pero se roba un cachorro de león de un circo gitano y provoca con ello una tensa situación en el barrio que podría desembocar en disturbios, como los del 2005. Para evitar eso, la patrulla policiaca que vigila cotidianamente el barrio rescata al cachorro; sin embargo, su brutalidad provoca heridas en Issa que los demás niños del barrio vieron, saben y callan… hasta llegar la hora de la venganza.

Ly abre la cinta con la imagen de Issa y sus amigos del barrio celebrando la victoria de la selección francesa con otros miles de seguidores a la sombra del icónico Arco del Triunfo. La expresión del rostro del niño es de alegría e inocencia, que contrasta diametralmente con la última imagen la película: Issa que con la cara deforme expresa odio y malicia en medio del humo y fuego propios de una guerra, y han transcurrido tan sólo unos días entre una imagen y la otra. En esta transformación de la alegría al odio y de la inocencia a la malicia en Issa, hay una serie de maltratos e incomprensión de los adultos de su entorno hacia él: su familia que lo ignora y evita; los hombres del barrio que lo engañan y abusan, los policías que le maltratan con lujo de violencia e impunidad, y los gitanos, cuya violencia psicológica y étnica no consideran su dimensión humana.

Así ha sido la corta existencia de Issa y sus amigos en el barrio, donde pese al juego y la travesura normal de todo niño, hay una cruel y deshumanizada existencia que parece no ser, que impide la trascendencia de sí mismo hacia el mundo más allá de sí mismo. Pero en las condiciones de pobreza, violencia y racismo del guetto donde Issa (sobre)vive no hay tiempo ni conciencia para ello. Issa es finalmente, como lo sentencia Víctor Hugo, una hierba mal cultivada por la sociedad. Ladj Ly se erige con esta magnífica actualización de Los miserables como una suerte de activista cuya descarnada franqueza surge de su propia experiencia, pues él vivió en esas condiciones como migrante africano en París.

Así, Ly recupera la antigua e inconclusa discusión filosófica acerca de la bondad del ser humano: ¿El hombre nace bueno o es malo por naturaleza? Él, al igual que Víctor Hugo, está de acuerdo con Jean Jacques Rousseau: el hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe. Y deja clara esta premisa en su película. Su narrativa con personajes sólidos, que aunque clichés, se desarrollan sin problema en una cinta con un excelente ritmo narrativo que lleva al espectador a la reflexión a partir de sentir la crueldad cotidiana del guetto desde los ojos de sus niños, pero también desde los ojos de la policía. Realidad muy actual que lamentablemente también experimentamos en nuestro país.

La merecida nominación al Oscar, al Globo de Oro, así como el premio del jurado en Cannes 2019 y otros 13 premios internacionales hacen de esta cinta imprescindible en el repertorio del amante del cine, así como para abrir la discusión sobre la naturaleza humana y la maldad. O como en México decimos: “pero si la mula no era arisca…”


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