Análisis

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Invitado


Diciembre 26, 2019

Emilio LEZAMA 

El 9 de septiembre de 2009, el vuelo 576 de Aeroméxico salió de Cancún con rumbo a la Ciudad de México. Aproximadamente 50 minutos después de su despegue, una sobrecargo comunicó al piloto que uno de los pasajeros tenía “peticiones especiales”. Se trataba de un hombre que afirmaba tener un objeto explosivo y exigía hablar con el presidente. De manera inmediata, el piloto informó a las autoridades que el vuelo estaba secuestrado. Al recibir el reporte, las autoridades de seguridad mexicanas, a cargo de Genaro García Luna, tenían una encrucijada: un vuelo comercial secuestrado con 112 personas a bordo, una ruta de vuelo que pasaba muy cerca de instalaciones estratégicas de seguridad nacional (Pemex), para finalmente llegar a la ciudad más grande del país. ¿Qué hacer?

 

Los protocolos internacionales indican que se debe mandar a un avión caza para escoltar a un avión secuestrado. Un avión lleno de turbosina es una bomba flotante, si todo lo demás falla y el avión amenaza instalaciones de seguridad nacional, poblaciones o edificios estratégicos, los aviones caza deben destruirlo. En 2009 México tenía al menos 8 aviones caza supersónicos tipo F5 en la base aérea de Santa Lucía. Esto significa que de haber sido activados podrían haber interceptado al vuelo 576 mucho antes de su llegada a la CdMx. Por omisión, ignorancia o incapacidad, las autoridades decidieron no seguir este protocolo. Tampoco siguieron un segundo protocolo, que indica que se debe alejar al avión de zonas estratégicas y zonas pobladas, o buscar un aeropuerto alterno más cercano. El vuelo 576 no sólo siguió su curso normal a la capital del país, sino que sobrevoló la CdMx durante 45 minutos.

 

Finalmente, el avión aterrizó en una pista aislada del aeropuerto Benito Juárez. En ese momento, y asegurándose de que ya hubiera cámaras de televisión para grabarlo todo, el secretario Genaro García Luna ordenó un operativo policiaco digno de una película. La irresponsabilidad continuó: incluso en tierra, un avión con una posible bomba adentro fue tratado como un espectáculo televisivo. Los policías brincaban y daban marometas mientras que los pasajeros permanecían en la zona de riesgo.

 

Durante todo el transcurso de los eventos, el gabinete de seguridad no tenía manera de estar seguro de que no había realmente una bomba adentro del avión. Sus decisiones pusieron en riesgo la vida de los pasajeros, las instalaciones de seguridad de México, a millones de mexicanos, a los camarógrafos de las televisoras e incluso al presidente, que estaba en el hangar próximo a tomar un vuelo. En otras palabras, decidieron arriesgar la seguridad nacional en pos de un espectáculo televisivo.

 

Lo sucedido con el vuelo 576 es una gran muestra del sexenio de Felipe Calderón. Un sexenio que puso en riesgo la vida de los mexicanos en pos de una estrategia de comunicación. Un sexenio donde las políticas públicas carecieron de estrategia, de profundidad y de inteligencia. En 2006, la tasa de homicidios por cien mil habitantes era de 10, para 2011 ya era de 24. ¿Cómo se descompone tan rápido y tan brutalmente a un país? Aplicando la misma fórmula para combatir a los grupos criminales que la que se utilizó para lidiar con el avión secuestrado: desidia, irresponsabilidad, falta de preparación y una ausencia absoluta de protocolos y estrategias.

 

Hasta hace poco, algunos sectores de la población, mínimos pero vocales, aún defendían el sexenio de Calderón bajo dos grandes mentiras. La primera, la de una supuesta estabilidad económica. Falso. En 2009 México decreció 5.2 por ciento. Los calderonistas le adjudican eso a la recesión global, pero ese mismo año EU decreció 2.5%, la mitad que México, y el promedio mundial fue de una contracción del 1.6%, 3 veces menos que México. La recesión de 2009 en México es la segunda más grande de la historia reciente del país.

 

La segunda mentira tiene que ver con el tema de la seguridad, los calderonistas afirman que fue el único presidente que decidió hacer algo con respecto al crimen organizado. Bajo esa lógica, Calderón es la muestra de que a veces no hacer nada es mejor que hacer algo mal. En las tasas de homicidio de México hay un antes y un después, esa línea la marca el sexenio de Calderón. ¿Qué ganamos como sociedad o como individuos de las decisiones de seguridad de Calderón? Nada.

Aun así, el último eslabón de una defensa posible de aquel sexenio cayó hace unos días, cuando Genaro García Luna fue arrestado en Estados Unidos por una posible colusión con el crimen organizado. Nada más ilustrativo de una presidencia fallida que el encargado de la política más emblemática del sexenio, siendo acusado de estar coludido con aquéllos a quienes tenía que combatir. El arresto de García Luna debe marcar el fin de las aspiraciones calderonistas por perpetuar su visión de país.

 

El 24 de septiembre de 2012, los dos aviones caza F5 que nunca despegaron para proteger a la CdMx el día del avión secuestrado, volaron por fin para despedir al presidente. Una fotografía de

Calderón asomándose por la ventana para verlos, inmortalizó el momento. Lo importante, nuevamente, era la foto.

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