La
violencia en cualquiera de sus expresiones es inadmisible. Los casos de
violencia doméstica inundan nuestra cotidianidad, por la terrible cercanía que
siempre hallamos con alguien que ha sido violentada en su integridad física,
psicológica y hasta moral.
En
la política, no sólo hay violencia como tal. También está la violencia que
varias mujeres de este gremio enfrentan en el proceso mismo de buscar abrirse
camino y espacio, donde el maltrato verbal y la denostación son parte de esa
vergonzosa cotidianidad que hasta los más demócratas siguen permitiendo.
Estas
mujeres asumen candidaturas con la irrupción de las llamadas “campañas de
contraste”, a través de las cuales se destapan escándalos sexuales, maritales y
todo lo que conlleve al desprestigio social y político de aquella a la que hay
que bajar del reflector.
El
más reciente y lamentable caso de violencia política se suscitó hace unos días
en el Congreso de Estado, donde el diputado Héctor Alonso Granados dio muestras
de su misoginia y violencia de género al atacar a su compañera diputada Nora
Escamilla.
Los
calificativos de este diputado deberían avergonzar al resto de los diputados,
que con tibieza han mirado a otro lado para ignorar los insultos de Alonso.
Y
es que mucho no se puede esperar, cuando tal parece que la misoginia es el
sello de la casa, pues el propio Gabriel Biestro ha dado muestras de poca
sensibilidad para defender o hacer un pronunciamiento severo contra los ataques
de su compañero diputado.
En
la política hay mujeres admirables que, a pesar de los signos de violencia,
logran empoderarse para dar una batalla frontal a todos aquellos detractores
que, pese a intentar minimizarlas, terminan por fortalecerlas.
Sin
embargo, también en la política hay mujeres a las que les da vergüenza admitir
que han sido violentadas desde sus núcleos más íntimos: familias y parejas.
Muchas
de ellas reflejan aún los efectos de la violencia al mostrarse agresivas,
susceptibles a victimizarse, e incluso a ser las primeras en agredir a otras
mujeres.
A
manos de sus parejas, padrinos, concubinos, jefes y correligionarios que las
someten, humillan, amordazan y minimizan, muchas de estas mujeres presentan signos
claros de un pasado de maltrato. Lograron salir, librarse de los verdugos y
retomar la vida para no volver a callar ni caer.
Otras
aún no superan esa vergüenza de hablar de su pasado violento. .Ellas mismas lo
ocultan, y reconvierten su desafortunada historia en un detonador de agresiones
para su propio entorno.
Los
casos tocan a muchas, desde regidoras, diputadas, gobernadoras, directoras de
dependencias y un sinfín de mujeres que ostentan cargos con algo que aún las
hace sentir un lastre, por no poder asumir que fueron violentadas.
También
están aquellas que son capaces de aguantar el maltrato público del padrino en
turno. Aquel que públicamente las minimiza comprándoles casas, spas o regalos, con los que
psicológicamente las vulneran, colocándolas al nivel de estos obsequios.
La
vergüenza de haber sido golpeadas no sólo en la política sino en sus entornos
familiares, es una batalla que se tiene que librar con la madurez de
fortalecerlas no sólo con la sororidad, sino con el propio exhorto del
#NuncaMás.
La
violencia pulula en esta política de la vida real donde muchas mujeres libraron
a los verdugos; sin embargo, otras más siguen librando la batalla con ellas mismas
o contra más mujeres a quienes no ven como aliadas, sino como enemigas.
Muchas
historias que contar…
@rubysoriano
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