Primer Round

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Nuestro presidente está por cumplir un año de gobierno en unos días. No puede escapar, ciertamente, a una evaluación en su desempeño y en los resultados que ha mostrado en estos doce meses.

Andrés Manuel López Obrador llegó el 1 de diciembre de 2018 con la mayor popularidad que ha tenido un mandatario en la historia contemporánea de México. Indiscutibles eran las estadísticas que meses antes de las elecciones lo marcaban como evidente triunfador, con un margen de victoria demasiado cómodo.

Las esperanzas de millones de mexicanos por un cambio —ahora sí real— se volcaron hacia una figura que proclamó la famosa Cuarta Transformación (4T) como su lema de gobierno.

Son claras las políticas sociales emprendidas por AMLO, enfocadas a una sustancial mejora en el nivel de calidad de vida en el país y una disminución radical en la burocracia.

Son visibles algunas acciones para emprender una incansable lucha contra una corrupción que merma el desarrollo económico y social (aunque permanece sin tocar a dos figuras claves: el expresidente Enrique Peña Nieto y el titular de la CFE, Manuel Bartlett).

Es de reconocer que durante estos meses de transición el tipo de cambio se ha mantenido estable, aunque las señales en el entorno apuntan hacia una recesión y un menor crecimiento para los próximos dos años.

Para muchos, sin embargo, López Obrador ha sido un presidente tibio, cauteloso y de mucha lengua más que de acciones concretas. Una calificación adecuada para su gobierno podría resumirse en dos palabras: gestión superficial.

Ha sido un mandatario que en sus mecanismos de propaganda busca promover la prosperidad de un país, pero no ha mostrado muchos resultados en sus políticas que impacten favorablemente la economía. El mejor ejemplo fue la cancelación del nuevo Aeropuerto Internacional en Texcoco.

Las críticas más notables se enfocarían hacia tres aspectos. En primer lugar, el asomo de una estrategia tímida y cautelosa frente al crimen organizado y la falta de rumbo en materia de seguridad nacional y regional que quedó en evidencia con lo ocurrido en Culiacán.

En segundo lugar la falta de experiencia y coordinación en su gabinete. AMLO no ha logrado inculcar un trabajo de equipo entre las diferentes secretarías. De ahí que hayan surgido varios cambios (el más notable en Hacienda) y que exista traslape en decisiones trascendentales para el país.

Y tercero, la carencia de congruencia en las ideas y palabras de nuestro presidente, que ha convertido su discurso diario y sus entrevistas en peligrosos monólogos construidos con base en rencores, miedos y pésima información que le llega. Sus intervenciones se han convertido en una oportunidad para exponer a “adversarios” y denunciar una prensa que se ha salido de su bozal.

Hace doce meses, nuestro presidente llegó con una visión fresca y unas buenas intenciones de transformar al país. Ha pedido un año más para mostrar resultados.

AMLO no sólo tiene ese año, sino cuatro más para rectificar, renovar cuadros en su gabinete y apoyarse en asesoría basada en buena información de inteligencia y en escenarios que apuesten a acciones más pragmáticas y efectivas, sobre todo en temas de seguridad.

 

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