El miedo a la empatía

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Efrén CALLEJA MACEDO


Noviembre 07, 2019

Si entender es comprender el sentido de los acontecimientos, es casi imposible interpretar la violencia. ¿Cómo darle lógica al sinsentido de la injuria, el desgarro, la desolación, el llanto y los rencores? ¿Cómo pasar de las ocho columnas (o el tuitazo visceral o la publicación del copia y pega o la repetición de las injurias o la réplica instintiva) al discernimiento, sin caer en el cinismo?

Si entender es descifrar el código de la causalidad, es casi una utopía aspirar a decodificar el caos de la crueldad que se cierne día tras día y destroza familias, comunidades y naciones. ¿Qué racionalidad pueden tener las muertes, los incendios, las mantas, los desplazamientos, las mutilaciones, los gobiernos paralelos, la explotación inhumana de la pobreza?

Si entender es asimilar, es casi inviable pensar en la posibilidad de digerir las tragedias que se acumulan en las calles, los hogares, las carreteras, los hospitales y las fronteras. ¿Con qué criterios podrían jerarquizarse las motivaciones, los métodos, las consecuencias o las ausencias que enlutan a tantas personas en tantos lugares?

A pesar de eso, esforzarse por comprender es uno de los caminos para pasar del anonadamiento a la exigencia de políticas públicas adecuadas, la demanda de cuerpos policiales capacitados, el reclamo de estrategias pertinentes y el requerimiento de instituciones sustentadas en la prevención y la investigación.

Así, para aspirar a entender la violencia en el triángulo norte de Centroamérica, una de las esquinas más homicidas del planeta, el equipo de Sala Negra —la sección de investigación de violencia— del periódico digital El Faro compiló 23 extraordinarios relatos que muestran las virtudes del periodismo de profundidad, ese que se cuece a fuego lento, con paciencia, tejiendo versiones, visitando el lugar de los hechos, husmeando detrás del escándalo cotidiano y, especialmente, estableciendo conversaciones en la mayor cantidad de frentes.

Como una gran panorámica, Crónicas desde la región más violenta (Debate, 2019) busca respuestas a las preguntas globales: ¿Qué es la Mara Salvatrucha 13? ¿Qué es el Barrio 18? ¿Cómo extienden su poder local? ¿Qué vínculos hay entre las “sucursales” de cada país? ¿Son tan poderosas en Estados Unidos, como argumenta Donald Trump cuando las utiliza como ejemplo del mal que viene del sur? ¿De qué huyen los que en caravana o por su cuenta cruzan la región? ¿Hacen algo las autoridades ante la barbarie cotidiana que miles enfrentan? ¿Cada cuánto se anuncian nuevos sistemas penitenciarios que nunca se materializan? ¿En qué condiciones trabajan los cuerpos policiacos?

En esa búsqueda, los relatos dan voz a los que se suman a las pandillas, porque no hay nada más a lo que inscribirse; los que mueren porque son unos números o unas letras más en la espiral de enconos locales o trasnacionales; los que matan porque toca matar y nunca tocó aprender otra cosa; los que sobreviven como apestados y sin protección real; los que visten uniforme en horas de trabajo y se convierten en exterminadores cuando el polvorín interno les estalla; los que no pueden huir de la mala fama nacional; los que nacen condenados a ser carne de cañón; los que pagan cuotas para no perder la vida; los que ponen el pecho policial sin chaleco antibalas, y los que dicen, como doña Deidamia, en Milán, Italia: “Lo que uno quisiera, y lo digo con el corazón en la mano, es que nuestra gente ya no migre para acá”.

De alguna manera, el siguiente fragmento de “Harry, el policía matapandilleros”, de Daniel Valencia Caravantes, resume las 544 páginas de Crónicas. Después de denigrar a un pandillero para mostrar su poder, el policía le pregunta al cronista: “¿Se siente rico, veá?” El periodista anota: “Pero se siente miedo. Miedo a que el pandillero pierda por completo el miedo, que ya comenzaba a escurrírsele por la mirada brava, encabronado porque Harry, empoderado, lo sometió en su propia casa y frente a un extraño. Se siente miedo. Miedo a la empatía por el pandillero humillado, y miedo a la empatía por Harry. Se siente miedo. Miedo a pensar que quizá nunca encontremos otra fórmula más que escuchar al Harry Matapandilleros que llevamos dentro para erradicar a las pandillas.”

En LEM esperamos que sea posible encontrar otras fórmulas para que los gobiernos, las instancias judiciales y los cuerpos policiacos se esfuercen por comprender las múltiples variables que alimentan la violencia, como el abandono social, la falta de oportunidades y la falta de solidez institucional, entre otras. Urge.

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