Un papá pirata: filme botarga

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Noé Ixbalanqué


Octubre 30, 2019

La oferta de cine mexicano ha tenido una presencia constante en cartelera en los últimos meses y eso es algo sano; sin embargo, esta presencia es mayormente cine comercial —de ese que no participa en festivales ni recibe reconocimientos de ninguna especie— y la comedia es el género que domina esta presencia. Si bien son realizaciones poco trascendentes, de repente uno puede encontrarse con alguna agradable sorpresa, y precisamente eso sucede con Un papá pirata (México, 2019) dirigida por Humberto Hinojosa Ozcáriz.

Hinojosa nos plantea la crisis existencial que Ian (Luis de La Rosa), un adolescente de clase acomodada, tiene al enterarse que su padre no es Jorge (Andrés Almeida) un contador y exmiembro de una exitosa banda de rock de los 90, sino André (Miguel Rodarte), un actor caído en la desgracia y en el alcohol pero que también en los 90 fuera una estrella de la pantalla chica. Entonces rechaza a su padre adoptivo por mentirle, para buscar a su padre biológico, tratando de establecer un vínculo con él para reconocerse, y con ello entra a un mundo gris de artistas escénicos sin porvenir que se refugian en las botargas para sentir que existen. Con la ayuda de ellos y de su nobleza, inocencia e inteligencia ayuda a dar sentido a la vida de André y recuperar su destino, así como reconocer que Jorge es su verdadero padre… aunque no haya sido engendrado por él.

Dice la sabiduría popular que padre no es aquél que engendra, sino el que cría. Y ésa es precisamente la premisa que Humberto Hinojosa Ozcariz plantea en este, su quinto largometraje, donde a pesar de ser una producción comercial enmarcada en la comedia ligera dirigida a un público sin mayor pretensión cinematográfica que el entretenimiento efímero y superficial, el director busca reflexionar de alguna manera el papel de la paternidad, a partir de plantear la dialéctica entre la típica figura machista del hombre conquistador, irresponsable y sin sentido de vida que huye de la paternidad, en contraste con la del hombre comprometido consigo mismo en función de su familia —la otredad inmediata—, cuyo sacrificio le otorga sentido a su existencia y a la de los suyos.

Más allá de la simpleza reduccionista de discursos contra la figura masculina que los etiquetan como hombres dominantes e irresponsables y como padres ausentes sin compromiso, devaluando su participación en la formación de otros seres humanos y con ello de la sociedad, Hinojosa plantea a partir de la mirada y el pensamiento de un adolescente contemporáneo, en Ian, la reconsideración de este discurso, para reconocer que el mundo no se puede reducir solamente a un tipo de hombres, aunque algunos de sus comportamientos así lo parezcan.

Con una fotografía interesante, que en algunos momentos parece querer sobresalir alejándose de la propuesta, atmósferas visuales que buscan discutir un mundo grisáceo dentro del mundo urbano que todos vemos, un diseño sonoro más bien regular que en momentos es más efectista que narrativo, y buena dirección que modera a los actores permitiéndoles una mejor proyección, esta cinta es rescatable dentro de la abundante oferta de comedia cinematográfica mexicana comercial, pero tampoco se trata de una película de trascendencia que le dará algún reconocimiento a sus participantes. Pero al menos no es una comedia insulsa, superficial y de risa barata.

Un papá pirata, nombre muy forzado a partir de una vieja campaña en contra de la piratería donde participó Luis de La Rosa de niño, es una comedia que al menos plantea una reflexión al espectador sobre la importancia de la paternidad además de hacerle pasar un buen rato. Es como una botarga: no sabemos lo que hay dentro de lo que todos vemos. Un papá pirata es un filme botarga.

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