Ser mujer diferente, razón de rechazo

Dulce Belem Zavala es directora de Género, Desarrollo e Interseccionalidad, luego de años de discriminación por su enfermedad de “huesos de cristal”

Mucho tiempo ha pasado desde que los papás de sus compañeros les decían a éstos que no jugaran con ella, porque “se les podía pegar algo”; desde que le dijeron en una farmacia que no la podían contratar, porque necesitaban a “una persona bien”; y desde que un puñado de políticos de Tehuacán “la llevaron al baile” diciéndole que les interesaba mucho su proyecto, sin que al final lo incluyeran en su plataforma.

Dulce Belem Zavala, con 30 años de edad, es hoy la directora de Género, Desarrollo e Interseccionalidad de la Secretaría de Igualdad Sustantiva; situación histórica, a su consideración.

“Mujeres como yo, que tenemos alguna discapacidad, pertenecemos a los grupos más vulnerables. Somos doblemente, triplemente discriminadas, rechazadas. No hay políticas públicas que nos apoyen y que nos digan que somos capaces para hacer lo que queramos.”

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Osteogénesis imperfecta —mejor conocida como “huesos de cristal”—, es el mal congénito con el que Dulce ha tenido que lidiar toda su vida. A sus 30 años y con un 1.40 metros de estatura, ha tenido todo tipo de fracturas —más de 50—; desde los dedos hasta el cráneo. Es una enfermedad progresiva que no tiene cura, pero que en su caso —osteogénesis controlada regular—, ésta puede sobrellevarse con inyecciones periódicas y un suministro constante de vitaminas y calcio.

Con estos antecedentes, se ha dedicado a trabajar por las personas con discapacidad desde que tenía 14 años.

“Mi mamá me enseñó a defenderme, a que si la gente me veía feo los ignorara, a nunca ver mi condición como un impedimento. Y a salir a la calle, estudiar y buscar el trabajo que más me llenara.

”Somos muy poquitas las personas con discapacidad que nos encontramos en las calles (…) Algunas no salen, porque hasta para ir a las terapias tienen que usar un taxi que les cuesta caro.”

Antes de aprender a manejar, Dulce tenía que gastar alrededor de 200 pesos diarios para trasladarse de su casa al trabajo. Tanto la perspectiva de género como la perspectiva de la interseccionalidad, refiere, es posible si se comienza por entender las necesidades de las personas más vulnerables: mujeres indígenas, migrantes, con discapacidad, privadas de la libertad, de la tercera edad y de los colectivos diverso-sexuales.

 “¿Y cómo le pongo perspectiva de género a una rampa?,” le han preguntado en la Secretaría de Infraestructura. Ella responde que fácil: si una mujer en silla ruedas, adulta mayor, embarazada o con una carriola la puede subir sin demasiado trabajo, entonces se están creando espacios más accesibles para ellas.

Lo mismo en todas las instituciones del estado, como los hospitales, donde hasta la altura de las camillas y las ventanillas son un impedimento para personas de talla baja o alguna discapacidad. “Se trata de abrir la mente de todas y todos los funcionarios. Así lo he hecho desde siempre, y es lo que me ha llenado de satisfacción.”


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