La novela de la carambola mercadotécnica

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Efrén CALLEJA MACEDO


Octubre 24, 2019

Siempre hay una historia detrás de la obra literaria. Se trata de la novela de la novela (o del ensayo o del poema…). En ocasiones, el relato paralelo termina por tragarse al libro. O la obra editorial se aprovecha del acontecimiento para avanzar en la lista de ventas.

De eso trata La biblioteca de los libros rechazados (Alfaguara, 2016), escrita por David Foenkinos, de la trama de misterio detrás de una exitosa novela marcada por los sucesos extraliterarios. Entre una y otra se desarrolla un carnaval de equívocos, mentiras, desalientos y tropiezos.

Este jolgorio editorial es integrado por un bibliotecario con iniciativa, una editora ambiciosa, un escritor sin fuego, una viuda bretona, un crítico venido a menos, una hija con fracasos matrimoniales, un amante espontáneo, una bibliotecaria circunstancial y un pizzero difunto al que le ha tocado el papel de autor sin deberla ni temerla. También hay vendedores, periodistas, directores, dependientas, secretarías…

Con todos ellos, Foenkinos teje un tapete de situaciones —o preguntas— sobre la primacía autoral, la manipulación del mercado editorial, la construcción de los grandes éxitos, el papel de la crítica, la marea disuasiva de los medios informativos, los sistemas de venta y —para decirlo en el lenguaje de moda— el uso de storytelling para estructurar narrativas comerciales que tratan de sublimar el antes y después de la experiencia estética.

Así, el autor pone en la mesa que ya no basta con la promesa implícita en la lectura. Ahora es necesario que la compra del producto editorial esté cargado de significados existenciales, de metarrelatos. Dicho de otra manera, la experiencia estética lectora debe estar precedida, acompañada y extendida por vivencias estetizantes masificadas.

Gracias a este sistema, las campañas publicitarias se convierten en espacios habitables, tienen personajes, desarrollan narrativas, funcionan en términos episódicos y hacen aparecer las vueltas de tuerca necesarias. El libro es solo un incidente, un pretexto.

Foenkinos inicia su historia en Crozon, un pueblo de Bretaña en el que Jean-Pierre Gourvec ha destinado un espacio de la biblioteca en homenaje a Richard Brautigan, el escritor de una novela cuyo protagonista trabajaba en “una biblioteca que acepta todos los libros que han rechazado todas las editoriales”. De este modo, a principio de los años noventa, el bibliotecario francés recibe (directamente de cada autor) las obras que han sido dictaminadas negativamente por la industria de la ficción narrativa. En una década acumula más de mil manuscritos.

El bibliotecario muere. Magali, la bibliotecaria por necesidad económica, es la heredera automática del puesto y, con la cómica solemnidad del caso, carga a cuestas la promesa de mantener la causa de los libros rechazados.

En ese recinto de lo anodino aparecerá un día Delphine Despero, joven editora en ascenso, acompañada por Frédéric Koskas. Él es un escritor publicado en Grasset, la editorial en la que trabaja Delphine, novio de la editora en cuestión y ejemplo de que el olfato profesional tiene sus fallas.

En los estantes de los autores rechazados, la pareja encuentra Las últimas horas de una historia de amor. La novela, resume Delphine, “trata de una pasión que tiene que concluir. Por varias razones, esa pareja no puede seguir queriéndose. El libro cuenta sus últimos momentos. Pero la fuerza inaudita de esa novela reside en que el autor refiere en paralelo la agonía de Pushkin”. Por si hubiera duda de la maravillosa dualidad narrativa, la primera frase del libro es “Resulta imposible comprender a Rusia sin haber leído a Pushkin”.

En el billar de las casualidades editoriales, la editora empuña el taco, centra la bola blanca de la comedia y produce una carambola mercadotécnica de tres bandas: libro rechazado —y sin firma de autor—, historia de quiebre amoroso y larga agonía del mejor poeta ruso. La maquinaria publicitaria se pone en marcha.

En el camino, será necesario elegir autor; los libros se venderán por racimos; los amantes sufrirán contratiempos; los desolados dudarán, y algún personaje encontrará nuevas oportunidades. Cada uno tendrá su propia novela de la novela. Tras esta lectura, en LEM recordamos la frase de Antonio Muñoz Molina, “leer es el único acto soberano que nos queda”, y empezamos a dudar un poco.

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