PRI, sin voto corporativo

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Ramón Zurita Sahagún


Octubre 23, 2019

Allá por 1988, el entonces presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, vaticinó 20 millones de votos para su partido en los comicios del 6 de julio.

Basaba su proclama en los contingentes del partido tricolor que se conformaban, principalmente, en los tres sectores, la CTM (obreros), CNC (campesinos) y CNOP (todos los que no cupieran en las anteriores centrales. Tenía además plataformas de profesionistas, otros grupos de campesinos, maestros, técnicos, petroleros, burócratas y todos aquellos que se sentían atraídos por el poder.

Unos años antes Óscar Brauer Herrera, secretario de Agricultura, había confesado al periodista Rodolfo Negro Guzmán una de las máximas expresiones del cinismo: los campesinos están organizados para votar, no para sembrar.

Sabido es que la profecía de De la Vega Domínguez se estrelló ante el muro ciudadano, que restringió el voto para el candidato presidencial Carlos Salinas de Gortari a poco menos de 10 millones de sufragios, menos de la mitad del vaticinio del chiapaneco.

Ésa fue la primera gran sangría de los tricolores, de cuyas filas habían desertado el candidato presidencial opositor al PRI, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, seguido por miles de militantes de la otrora poderosa maquinaria.

Lo que continuó fue la pérdida de gobiernos estatales, de las mayorías en el Congreso de la Unión, hasta que finalmente llegó la pérdida de la Presidencia de la República, doce años después (2000) de lo sucedido en 1988.

Curiosamente doce años más tarde, en 2012, los priistas recuperaron el Poder Ejecutivo federal, tras dos fracasadas gestiones.

Ya para entonces las tres principales centrales del tricolor eran poco funcionales y aportaban pocos votos, como se confirmó en 2018, en que fueron arrasados en las urnas y en estados como Baja California estuvieron a punto de perder el registro hace unos meses, con unos ridículos cuatro puntos porcentuales.

La llegada de Alejandro (Alito) Moreno Cárdenas a la presidencia nacional del PRI traía como propósito la recomposición del partido, la reestructuración de sus bases, la formación de nuevos cuadros e ideas modernas sobre un partido político que tiene 90 años de vigencia.

Con lo que no contaban los priistas es que los recursos se les van acabando y les será difícil competir con los demás partidos, especialmente con el partido en el poder.

Para colmo de los males del tricolor, recientemente se le fueron algunos personajes que resultaban claves para la operación del partido. Soldados leales que deben su crecimiento político a la protección que se les brindaba desde el poderoso partido.

Los priistas basaban parte de su disciplina en liderazgos viejos y poderosos como el del ahora exdirigente petrolero Carlos Romero Deschamps, quien estuvo 26 años al frente del sindicato; de Joel Ayala, sempiterno dirigente de la burocracia, quien renunció al partido; y de la vetusta y poco funcional Confederación de Trabajadores de México, que mantuvo durante décadas en un puño Fidel Velázquez.

Nada de eso existe ya, más que simples cascarones que no representan nada, y si a eso se le añade la docena de gobernadores con que cuentan, muchos de los que se irán al mismo tiempo de la renovación de la Cámara de Diputados, se verá que el destino del priismo es sumamente triste.

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