POR BELÉN DELGADO
En los últimos tres años, el número de personas que sufren
hambre extrema en el mundo no ha bajado de los 100 millones, una muestra de las
dificultades que tiene la ayuda internacional para ser efectiva.
La última actualización del Informe Mundial sobre las
Crisis Alimentarias, presentada esta semana en Roma, hace hincapié en que los
esfuerzos de gobiernos y actores humanitarios son insuficientes en los países
con mayores índices de inseguridad alimentaria.
Éstas son algunas de las razones que impiden poner fin a
las crisis alimentarias:
Conflictos,
choques climáticos y crisis económica
Son los tres principales factores que explican la
persistencia del hambre crónica. Al menos uno de los tres ─si no más─ se da en
Yemen, República Democrática del Congo (RDC), Afganistán, Etiopía, Siria,
Sudán, Sudán del Sur y Nigeria.
En 2018, de los 113 millones de individuos que padecían
grave inseguridad alimentaria en 53 países, dos tercios se encontraban en esos
países.
Competición por
los recursos naturales
En el Sahel, 10.8 millones de personas están siendo
víctimas este año de crisis humanitarias frente a los 7.9 millones de 2014,
como consecuencia de la degradación ambiental y la inseguridad.
A estos problemas se une la “creciente competición por el
uso de la tierra y el agua”, apuntó en un acto Djimé Adoum, secretario
ejecutivo del Comité Permanente Interestatal para la Lucha contra la Sequía en
esa región (Cilss).
Vacío de
información
“Observamos una combinación de riesgos sin precedentes que
hace falta analizar,” afirmó la directora de Investigación del Centro de
Cooperación Internacional en Investigación Agrícola para el Desarrollo (Cirad),
Sandrine Dury.
Sin embargo, el citado informe, elaborado por una red de
socios humanitarios y de desarrollo, revela que en septiembre pasado sólo dos
de las ocho peores crisis humanitarias contaban con nuevos datos comparables.
A juicio de Anne-Claire Mouillez, coordinadora de la Red de
Información sobre la Seguridad Alimentaria (FSIN), dijo que “estamos muy lejos
de tener datos actualizados para poder ser proactivos”.
Obstáculos al
personal humanitario
La destrucción de infraestructuras por los desastres
naturales pone a prueba la capacidad logística de las organizaciones humanitarias,
mientras que otras veces éstas tienen dificultades para acceder a las
poblaciones afectadas por la violencia y la actividad de grupos armados en el
terreno.
En esos casos, el personal se ve obligado a “negociar con
los socios, gobiernos y autoridades de
facto” para atender a los más vulnerables “manteniendo la neutralidad”,
apunta a Efe Antonio Avella, del
Programa Mundial de Alimentos.
Fondos que se
quedan cortos
Djibuti, Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán, Sudán del Sur y
Uganda forman la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo en el Este de
África (IGAD), región en la que la asistencia humanitaria sumó hasta 5 mil
millones de dólares anuales entre 2016 y 2018, según un nuevo informe.
Con esos recursos, “hemos conseguido salvar vidas y evitar
los peores impactos de hambrunas pasadas, como la que causó 250 mil muertes en
Somalia en 2011”, declaró el coordinador del centro de análisis de seguridad
alimentaria de la IGAD, Abdi Jama.
El estudio señala que, aun así, se necesitan inversiones
adicionales en acciones de resiliencia para los hogares, tales como empoderar a
las mujeres, alimentar y educar a los niños, reforzar las redes de protección
social y mejorar las infraestructuras rurales.
Poco margen
para el desarrollo
Invertir en agricultura de resiliencia en conflictos como
el de Sudán del Sur es posible, según la experta de la Organización de la ONU
para la Alimentación y la Agricultura Lavinia Antonaci.
Insta a los socios a dedicar más esfuerzos a las cuestiones
de desarrollo en esos contextos, para equilibrarlos con los de la asistencia de
emergencia.
En Yemen y la RDC, por ejemplo, los donantes han aumentado
sus compromisos de ayuda hasta mil 500 millones de dólares y 344 millones en
2018 (mil 350 millones de euros y 310 millones), respectivamente, destinándolos
en gran parte a cubrir los altos costes de las operaciones en conflictos y
dejando poco margen para el desarrollo.