El triste

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Definir la tristeza es una tarea imposible. Del mismo modo, buscar explicaciones en unas pocas palabras sería un acto soberbio y pretencioso. Sin embargo, de algo estoy seguro, cuando nos cuestionamos ambas preguntas, de inmediato encontraremos una relación directa con algún recuerdo o persona, tanto para la tristeza como para el amor. Quizá ambas. Es decir, no recordaríamos nuestras cavilaciones o peroratas hacia ellas en una noche de copas o melancolía. Comprender la profundidad de los sentimientos no está al alcance de las palabras. Pero sin duda, pensaríamos en el día en que supimos que la persona que amábamos había decidido hacer su vida con otra persona, o aún peor, cuando el destino nos arrebató la salud, nos despojó de un familiar, un amigo, o como está de moda, de una mascota.

No somos capaces de recordar palabras. La mayoría de las historias de amor terminan por amnesia. No obstante, la música trasciende. Los compositores se rebelan y, a finales de los años 60 y principios de los 70 descubrieron que existía un joven capitalino, de clase media y de padre artista frustrado, que podía cantar sus obras mejor que cualquier poeta recitando en una plaza pública. Sus nombres fueron Manuel Alejandro y Rafael Pérez Botija: los responsables de la tragedia.

Pocas escenas en la historia de la televisión mexicana marcaron a más de tres generaciones y siendo el 15 de marzo de 1970, un chico de poco más de veinte años paralizó el escenario, las pantallas y el alma de la naciente división de clases en México.

El título de la melodía era El triste, interpretada por José José,que tras aproximadamente cinco minutos enmudeció miles de corazones en una especie de obra teatral. A partir de ese momento, El triste ya no era un mito, sino una realidad que por unos instantes se materializó y fundió las almas de una misma cultura para siempre. El final fue aún mejor, el público descubrió, como en la vida, que al “triste” no lo acompaña la fortuna, y que el primer lugar para los jueces como para los amantes no le pertenece. Había nacido un cantante capaz de conmovernos a todos.

No obstante, la historia del “triste” no terminó allí. Su derrota todavía recorrería varias décadas en compañía de los excesos y las herramientas con las que cuenta un alma taciturna para soportar el desamor y el vacío vital. Todas las noches en que José José derrochaba talento en el escenario, la vida arremetía y lo sumía en un peldaño en que su figura y su voz se fue consumiendo lentamente. El cantante que poseía todas las virtudes de un artista, se marchitaba. Su gran voz, su afinación perfecta, y lo más difícil: su don para transmitir los versos, no era suficiente para vencer la tristeza.

Todas las noches en que una fiesta se hace presente en las residencias y centros de espectáculos en México, José José se hace presente y por un momento lo entendemos y nos entiende y todo parece tener sentido: nos hemos reunido para conocer los verdaderos motivos por el que, por unas horas, todos estamos tristes.

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