Había una vez… en Hollywood: soberbio engreído

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Noé Ixbalanqué


Agosto 28, 2019
Los cultos son peligrosos, pues sus seguidores adoran ignorante e irreflexivamente a alguien con carisma, ideas absurdas y demasiada sobreestima, tanta que se comporta como un soberbio engreído. Uno de ellos, Charles Manson, formó uno de esos cultos… y también Quentin Tarantino lo ha hecho con su cine. Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time... in Hollywood, EU/RU/China, 2019) es la nueva película del insufrible y soberbio engreído director de culto que, lejos de reflexionar, se dedica a engolosinar a sus seguidores con imágenes y escenas que son ya un cliché de sí mismo.

Con un gran reparto, lamentablemente desperdiciado, Tarantino fantasea con el Hollywood de 1969, donde Rick, un actor de series televisivas (Leonardo DiCaprio) y Cliff (Brad Pitt), su amigo, chofer, asistente y doble de riesgo se enfrentan al declive de sus carreras; sin embargo, algunas pequeñas oportunidades, ahí mismo y en Italia, les darán motivos para seguir en el negocio del espectáculo. Adicionalmente, el contexto hippie de la época les lleva a interactuar con los miembros de “La familia”, la secta de culto de Charles Manson, aquellos que cometieron los atroces asesinatos y que terminaron con la vida de la actriz Sharon Tate, esposa del gran director Roman Polanski. El cruce de ambas líneas llevará a un final diferente al de la realidad.

Como un niño que no quiere aceptar la realidad y elabora una complicada historia para justificar su cobarde escape de la realidad, Tarantino ha elaborado una complicada y superficial historia como para no aceptar, siquiera reflexionar, la realidad de las entrañas de Hollywood, cuyas insospechadas consecuencias como industria cultural fueron los crueles asesinatos cometidos por miembros de la secta de Manson. Así Tarantino construye, con sus héroes de siempre, tan llenos de absurda ironía e hiperviolencia, una versión ficticia del “qué hubiera pasado si…” esos asesinos, en la noche de los hechos, se hubieran topado con Rick y Cliff.

Pero en realidad en esta película Tarantino no rinde un homenaje a ese Hollywood, a Sharon Tate o al cine de Polanski, sino que rinde homenaje a sí mismo, con referencias a sus películas y queriendo demostrar que es capaz de desarrollar diversos géneros cinematográficos. Como tratando de demostrar que es un gran director, engolosinando a sus seguidores para darles una nueva cinta de culto. Tal vez queriendo salir de ese cliché, pero su soberbia no logra tal cosa, ni lo hará. Es tan grande esa soberbia que Tarantino se siente más grande que Bruce Lee, Clint Eastwood o John Huston y rinde culto al cine comercial que lo formó no como cineasta, sino como fanático del cine.

Con imágenes y escenas sin sentido en la articulación dramática de la historia, ni en la construcción simbólica de un tema, o una premisa con fuerza que le distinga como un creador, Tarantino se dedica a llenar con basura la pantalla para su engreído lucimiento. El montaje es caprichoso, inserta paralelismos temporales para justificar superficialmente lo superficial sólo para su lucimiento, y termina usando, intempestivamente y sin justificación alguna, la narración con voz en off  de forma artificial y caprichosa.

Tarantino es un niño caprichoso, soberbio y engreído que hace cine sin ser realmente un verdadero creador cinematográfico. Basta con revisar si ha recibido un reconocimiento trascedente a lo largo de su carrera. Tarantino es un director de culto, y como tal, hace mal cine, pero sus seguidores le adoran ignorante e irreflexivamente, pues Tarantino es alguien con carisma, ideas absurdas y demasiada sobreestima, tanta que es se comporta como un soberbio engreído.

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