Aprende a amar el plástico

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Yussel DARDÓN


Agosto 26, 2019

¿Qué hay de la derrota como motor de reflexión, como punto central de un modo de vida? ¿Qué hay, además, de la imposibilidad de tomar un rumbo distinto pese a las intenciones, buenas o malas, de dar un paso al costado? ¿Qué hay, también, de la música y la literatura como salvavidas, como pretextos para la autodestrucción, para conjugar la sonrisa más amarga y el dolor más placentero? 

Quizás destino, quizás azar, quizás, por qué no, una mera casualidad que impulsa a las personas a transformarse en personajes de su propia narrativa, a veces llena de furia, a veces llena de tristeza, es la suma de todas las dudas pero, sobre todo, de las falsas respuestas.

Aprende a amar el plástico (Cal y Arena, 2019), libro que reúne una serie de crónicas de Carlos Velázquez (Torreón, 1978), comprueba que el oficio del contador de historias radica en la mirada articular, en construir una visión de mundo, particular y contundente.

A lo largo del libro, Carlos Velázquez nos lleva a recrear situaciones que si bien en un principio nos parecen ajenas por lo excéntricas al final se nos vuelven familiares, como si el lector no sólo fuera cómplice de lo narrado, sino personaje principal.

Y ése es el valor de los textos de Velázquez, un autor que sabe hacer de lo sencillo un sistema complejo de situaciones, algo de lo que somos testigos a lo largo de su obra, que incluye, entre otros libros La biblia vaquera, un portento narrativo de la literatura mexicana de los últimos años, y El karma de vivir al norte, primer libro de crónicas que incluye, a mi parecer, uno de los mejores testimonios de la guerra contra el narcotráfico: “If you tolerate this your children will be next”.

En Aprende a amar el plástico, título que proviene de una frase de Lou Reed (“Hey, don’t be afraid. You’d better take drugs and learn to love plastic”), este registro de anécdotas contiene la furia necesaria y la ternura justa para no sólo reír, sino también para reconocernos en cada una de las derrotas que se cuenta.

“Una nación de ojos rojos. Ésos somos, México lindo y qué ritmo,” sentencia Velázquez en una de sus crónicas. Y tiene razón, al menos ése es el país que nos muestra, los barrios que recorre o las breves pero grandes historias, tal y como lo es “Conectar en Tepito”, el deambular por el barrio bravo por excelencia de la Ciudad de México. Es ahí donde Carlos nos muestra de primera mano el día a día del tráfico de drogas y del “Mexican way of life”. 

Velázquez hace las veces de fixer, ese personaje que en el mundo del periodismo se encarga de arreglar citas, presenta fuentes, organiza recorridos, porque sabe mezclarse y ganar la confianza de todo aquel que entabla una conversación.

Y así es la obra de Carlos, un testigo de la catástrofe cotidiana, un personaje más de un país que se come a sí mismo, alguien que toda su vida, confiesa, ha robado, “no soy un cleptómano. A caso un ladronzuelo de poca monta. El grueso de mis crímenes se ha circunscrito mayormente a birlar libros y discos (…) Culpo al capitalismo”, afirma en “Maldición, va a ser un día hermoso”, una de las mejores crónicas del libro y que es, además, la confesión de alguien que le cobra su mala suerte a alguien más.

La vida entre tables dance, conciertos, congales y libros; peleas, borracheras, picaderos y viajes; drogas, alcohol, playeras y tenis, son algunos de los elementos que Carlos Velázquez baraja en las páginas, elementos que se conjugan en una narrativa fresca, de frente, contundente, que desde la ironía posibilita una sentencia: “Aprende a amar el plástico”.

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