Cerati

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“Todo es mentira, ya verás, la poesía es la única verdad. Sacar belleza de este caos es virtud”.

Deja Vu

La genialidad no conoce de formas ni metodologías. El talento toca mágicamente a un grupo selecto de personas cada determinado tiempo, y las dota de una capacidad creativa que trasciende más allá de lo cotidiano. Sin embargo, el talento no es suficiente para destacar, sólo facilita el trabajo arduo y la batalla metafísica contra el papel en blanco y el silencio eterno.

Hoy en día, nos encontramos con cada vez menos figuras musicales que nos ayuden a olvidar el pasado. En el género del rock/pop latinoamericano, fuimos protagonistas hace unos días de innumerables tributos y homenajes al cantautor argentino Gustavo Cerati.

El pasado 11 de agosto, el músico y líder de Soda Stereo habría cumplido 60 años y, seguramente, estaría en vísperas de otro álbum innovador en su carrera como solista. Lamentablemente, la enfermedad detuvo el viaje y después de un concierto en Venezuela, se despidió de su público, falleciendo tiempo después tras, cuatro años de permanecer en coma ante la emotividad del continente.

Recordar a Cerati significa escuchar canciones memorables que permanecerán décadas en la idiosincrasia del latinoamericano al lado de Soda Stereo y, además, acompañar una de las carreras en solitario más experimentales y visiblemente dotadas, de una profundidad y madurez artística dignas de destacar.

 Cerati es el rockero que podría abarrotar un estadio completo, y también el solista capaz de hacer vibrar los corazones sensibles con su extraña habilidad –casi literaria– de componer. No obstante, el cantante es fiel a sus raíces y en varias ocasiones se desligó de la palabra y la llevó a un segundo plano, donde la melodía era lo que realmente las dotaba de importancia. A diferencia del promedio, Cerati componía primero la música y después se torturaba con las palabras.

Aunque, resulta extraño para alguien con tanto talento compositivo que ésta corresponda a una monumental tarea. Él sabía que la música es una manifestación mucho más placentera y vital que la escritura. Todos elegiríamos sin pensarlo ser una estrella de rock famosa en vez de un escritor reconocido, atrapado por sus obsesiones y los muebles con rasgaduras de gato.

El estilo compositivo de las canciones de Gustavo Cerati es misteriosa, porque ningún álbum musical es similar a otro. Sus discos son una analogía surrealista donde cada pieza es el inicio y final de una historia, donde lo importante no es su racionalidad sino las sensaciones que transmiten. Las personas más cercanas al guitarrista lo definen como un obsesivo de su trabajo y un perfeccionista furibundo.

Los que somos atraídos por su música, lo imaginamos como un amante de la parte sensorial de la música que alimentaba su imaginación para lanzar estrofas imposibles de olvidar para un seducido por el poder de su esencia. El nacimiento de Cerati deja como legado una emotividad casi perfecta entre música y letra, que humilla a gran parte de los trovadores silenciosos o a los amantes de lo convencional. No sería difícil caer en manos de las lágrimas al lado de una orquesta sinfónica, pero sí de un rockero que se atrevió a desafiar todos los estilos y que, en cada uno, resultó cautivador.

Gustavo Cerati tendrá como fieles seguidores a todos aquellos que nunca hemos concebido escribir ni ser partícipes de ninguna historia memorable, pero que recordamos todas las sensaciones que dejaron consigo: no sé cómo contar una historia, pero puedo sentirla. No sé cómo olvidarla, pero puedo recordarla. No sé cómo continuar, pero puedo creer que lo he hecho.Tengo 26 años, dispongo de un corazón en decadencia, pero salen a mi defensa muchas canciones tristes para sentirme mejor que fluyen durante horas sin hartazgo.

Así que he decidido caminar en la ciudad de la furia hasta sentir el temblor. Terco, me quedo aquí. ¿Me dejarás dormir al amanecer entre tus piernas? ¿Sabrás ocultarme bien y desaparecer entre la niebla? ¿Qué otra cosa puedo hacer? Si su verbo sigue en mi carne.

 


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